viernes, 27 de abril de 2012

CONDE DE LAUTREAMONT / LOS CANTOS DE MALDOROR




CANTO PRIMERO

Ruego al cielo que el lector, animado y momenta­neamente tan feroz como lo que lee, encuentre, sin de­sorientarse, su camino abrupto y salvaje, a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y lle­nas de veneno, pues, a no ser que aporte a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual semejante al menos a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro impregnarán su alma lo mismo que hace el agua con el azúcar. No es bueno que todo el mundo lea las páginas que van a seguir; sólo algunos podrán saborear este fruto amargo sin peligro. En consecuen­cia, alma tímida, antes de que penetres más en seme­jantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante, de igual manera que los ojos de un hijo se apartan respetuosamente de la augusta con­templación del rostro materno; o, mejor, como durante el invierno, en la lejanía, un ángulo de grullas friolen­tas y meditabundas vuela velozmente a través del si­lencio, con todas las velas desplegadas, hacia un pun­to determinado del horizonte, de donde, súbitamente, parte un viento extraño y poderoso, precursor de la tempestad. La grulla más vieja, formando ella sola la vanguardia, al ver esto mueve la cabeza, y, consecuen­temente, hace restallar también el pico, como una per­sona razonable, que no es~á contenta (yo tampoco lo estaría en su lugar), mientras su viejo cuello despro­visto de plumas, contemporáneo de tres generaciones de grullas, se agita en ondulaciones coléricas que pre­sagian la tormenta, cada vez más próxima.



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